domingo, 2 de marzo de 2008

Besugo a la tinta

Desde que tuve uso de razón yo quise ser periodista, escribir en periódicos. Así que me pasaba la vida leyendo diarios. Y libros, también. Por eso, por tanto leer desde chico, tuve siempre facilidad para escribir. Por lo menos, eso: facilidad; excusado es decir que me pasaba la vida escribiendo.
Mi padre (1) era un pintor extraordinario y un hombre cultísimo. Me animó desde mi infancia a leer. A él le resultaba difícil escribir. Quiza fuera porque no escribía nunca, o casi nunca. No le gustaba.
Cuando llegaban las Navidades y había que escribir tarjetas de felicitación -en la época en que se escribían-, mi padre se ponía de muy mal humor. Retrasaba hasta que no podía más el momento de desenroscar la estilográfica. Porque entonces, y creo que ahora también, pero no lo sé a ciencia cierta porque ya no se escriben cartas ni felicitaciones de Navidad, era de buen tono escribir a mano; ahora están los correos electrónicos.
Entonces era cuando a mi padre le llegaba la hora de la verdad, como se le llama al momento en que el torero se enfrenta con el toro, espada en mano, para matarlo. Convertía la mesa redonda que teníamos en el cuarto de estar en un escritorio abarrotado de papel con membrete, tarjetas de visita, lapiceras, sobres, reglas y un largo etcétera. Y empezaba su calvario.
Indefectiblemente escribía felicidades Pascuas (de Navidad), en vez de felices Pascuas. Cuando releía la tarjeta, antes de firmarla, y descubría el error, se daba a todos los diablos, la rompía en mil pedazos y volvía a empezar. Mi madre, mi hermano y yo le rodeábamos, presos de una extraña fascinación. Terminábamos dándole una mano. Cuando se despachaban todas las felicitaciones, mi padre empuñaba de nuevo sus pinceles y volvía a ser un hombre feliz.
En cambio, yo me pasaba la vida escribiendo, y tenía mi armario y mi mesilla de noche abarrotados de papelotes escritos. De vez en cuando los releía y los rompía. Buena costumbre que he conservado hasta ahora
Cuando empecé a ir al colegio escribí en la revista "Juventud". Cursos después creé el periódico mural "Virtus" —título muy acorde con la España de aquel tiempo-. Mi amigo José María García Campos y yo fundamos una pomposa Sociedad de Escritores Noveles cuando ingresamos en la Universidad.
Mis padres querían que yo fuera abogado, como el noventa por ciento de los españoles. Pero yo estaba empeñado en ser periodista. Me pasaba la vida mandando artículos a los diarios que, sistemáticamente, no me los publicaban. Acuciaba a mi padre para que usara sus influencias a fin de que yo pudiera publicar algo. Pero mi padre me hacía poco caso. Quería que terminara mi carrera de Derecho. Y yo me desesperaba.
El diario vespertino "Madrid" convocó un buen día a un premio para el mejor artículo de todos los que publicaría durante un mes, seleccionados de los que recibiera durante ese lapso. Es decir, que durante veintiséis días —porque el diario no salía los domingos—, aparecería un artículo seleccionado. De entre ellos se elegiría uno, al que se otorgaría el premio.
Naturalmente, yo me presenté. Ni que decir tiene que en cuanto el diario "Madrid" aparecía en los quioscos, yo me precipitaba como un loco a comprarlo. Y nada. Pasaban los días y no salía mi artículo.
Cerca ya de fin de mes, yo me había casi olvidado del artículo en cuestión. Era época de exámenes y yo me pasaba las mañanas en la Facultad —que todavía estaba en la calle San Bernardo— y las tardes y una buena parte de la noche estudiando.
Venía a casa un mediodía, precisamente de la Facultad, en un trolebús, de pie. A mi lado viajaba una señora que, a todas luces, acababa de hacer las compras, puesto que llevaba una de esas bolsas de nylon de red, que permitían ver lo que había dentro. En la parada anterior a la mía, la señora, al bajarse, casi me metió la bolsa bajo la nariz. ¡Y allí estaba mi artículo, publicado en una página del diario "Madrid" —de formato sábana—, envolviendo un hermoso besugo, tan fresco que de sus rojas agallas manaba todavía un poco de sangre que, mezclada con la tinta del diario, emborronaba mi firma bajo el título: "El pájaro entre los coches!".
¡Besugos…, un besugo! ¡Al pájaro que le dieran dos duros!
He vuelto a escribir sobre pájaros, aunque le debo una a mi amigo Paco, el tucán del bar del hotel Tamanaco de Caracas. Pero siento especial simpatía por los besugos. De vez en cuando me como uno a la tinta.., ¡digo a la vasca!, eso sí.


1.- Faustino Alvarez Quintana, director artístico de la Real Fábrica de Tapices de Madrid durante muchos años, eximio acuarelista y restaurador de los famosos tapices de Pastrana.


© José Luis Alvarez Fermosel

4 comentarios:

Alma Serena dijo...

Caballero...que placer leer tus comentarios...cuanta sabiduría hay en tus palabras...
Me gusta mucho escucharte en la radio...Tenés muy buen humor...Y sos explicito y educativo...

Muchas gracias...

María Emilia...

Anónimo dijo...

Queridisimo Caballero...
Que gusto me da poder leer sus escritos...Cuanta sabidur�a resucida en solo algunas palabras... Verdaderamente me quedo conmovida por sus escritos...
Soy de Chivilcoy, Buenos Aires...Tengo 23 a�os y estoy estudiando el profesorado de Artes Visuales, que es algo que me fascina...
Pero si hay algo que me llega al coraz�n es leer algo que te deje una ense�anza, que marque mi camino, y usted los hizo por medio de este blog...Le agradezco que se halla dedicado a esto...Ha hecho feliz a mucha gente...Se lo aseguro...
Me tomo el atrevimiento de preguntarle si tiene alguna direcci�n de correo electronico a la cual yo pudiera escribirle...
Me interesar�a conocer su opini�n sobre algunos temas...

Desde ya le mando todo mi cari�o y mi agradecimiento...

Mar�a Emilia Cavallo...
mec02@hotmail.com

Anónimo dijo...

María Emilia: ¡Cuántos elogios!¡Muchísimas gracias! Un beso.

Anónimo dijo...

Muchas gracias, María Emilia. Eres muy amable. Tu interés por las cosas que escribo en el blog y digo en la radio es tanto más de valorar y agradecer cuanto que la gente tan joven como tú parece preocupada por lo "cool" y lo "trendy". Trataré de seguir en la línea que te gusta. Escríbeme cuando quieras al mail del blog: elcaballeroespanol@gmail.com