sábado, 29 de noviembre de 2008

Lluvia

De pronto, en fracciones de segundo, me sorprende la lluvia en la ciudad, una ciudad que ha cambiado su clima mediterráneo por el del trópico.
El agua cae a oleadas, a borbotones, ruge, arrasa, inunda. El gran paraguas que compré en Nueva York se da vuelta por la fuerza del viento y tengo que agarrarlo con las dos manos, porque tira de mí como las velas tiran de los bergantines y temo que me arrastre a uno de los enormes charcos que se han formado instantáneamente, y parecen hervir, y me quede ahí, manoteando, hasta que me rescaten los bomberos.
El fragor de las turbonadas de agua que caen como si el cielo estuviera lleno de ella y quisiera vaciarse de pronto es, más que inquietante, amenazador. Las calles se anegan, de algunas bocas de tormenta brotan gruesos chorros de espuma de más de metro y medio de altura.
El agua es blanca, fría. Estamos a las puertas del verano, ha hecho estos días un calor de casi cuarenta grados centígrados. Se vino la tormenta, como era lógico; se vino con toda su artillería de rayos, truenos y lluvia aluvional.
Me refugio bajo una marquesina y trato de enderezar mi paraguas, seriamente amenazado por la furia del trópico, que es precioso, con ese mar tan sereno y tan azul, y las mulatas, y el ron y toda la parafernalia publicitaria, tan engañosa.
Tras esa bonanza, esa pachorra, las largas siestas con pesadillas bajo ventiladores de paletas, el cielo de tisú, el “beachcomber”, la luna de plata, el sabor frutal de los pechos turgentes y morenos de las chigras (1); detrás de esa belleza y esa sensualidad alienta un gigante resentido e hijo de perra que en un segundo, sin que se sepa por qué, declara el fin de la paz y parece decidirse a terminar con el mundo por el agua y el viento huracanado, como un asesino a sueldo que se prepara desde una azotea a disparar su fusil de precisión y largo alcance, fijando la mira en la frente del político o el magnate condenado a muerte por una sociedad anónima o en una reunión de un servicio de inteligencia.
Es la misma voluntad de hierro, inevitable, impiadosa y fríamente certera de acabar con alguien; el gigante del trópico quiere terminar con mucha gente y muchas cosas.
He visto llover y he estado bajo lluvias desatadas, coléricas, lacerantes en el hermoso y postalero Caribe. Si te daba un chorro de agua en la cabeza te noqueaba, te caías al asfalto con varios palmos de agua y te ahogabas. Como Dios pintó a Perico.
En ninguna parte del mundo llueve como en el con tanta benevolencia traído y llevado Caribe. Ese paraíso de melaza, aguardiente de caña, pieles de mujer de brillante seda oscura, guayaba y aceite de coco está pintado con purpurina, como los letreros de cartón piedra de los teatros; no tiene solidez ni seriedad, ni es seguro, ni mucho menos.
Está lleno de escorpiones –yo me encontré uno en Aruba, en la habitación de mi hotel de cinco estrellas, bajo la cama, al lado de una de mis chinelas-; te topas con serpientes y otras alimañas en cuanto te internas en la espesura; también hay murciélagos gigantescos que en realidad son vampiros que carecen de la distinción del conde Drácula, pero son igualmente letales.
Cuando llueve en el trópico la tierra tiembla, las palmeras se inclinan hasta casi tocar el suelo y el cielo se congestiona bajo el maquillaje de plomo que intoxica el paisaje rutilante y deslumbrador al sol del mediodía.
He sentido miedo de la lluvia en Trinidad, Tobago, Aruba, Curaçao, Bonaire, Montego Bay… En todos esos lugares esperaban a que yo llegara para desencadenar tempestades violentas, brutales, que casi siempre duraban una semana.
La mayoría de las veces veía desde una ventana del hotel, o del lugar donde me encontrara, cómo la lluvia se convertía en tromba de agua. Y me acordaba, suspirando, de la cariñosa garúa peruana, el suave orballo de Galicia y el pícaro chirimiri vasco. Lluvias encantadoras que llevaron a poetas y cronistas románticos a escribir preciosidades.
¡Qué pena que en Buenos Aires llueva ya como en las Antillas!


1).- Mestizaje de chino y negra, o de negro y china, que es muy común en Jamaica y da especímenes de gran belleza.

Foto:
De la serie “Cielos”
© Maite


© José Luis Alvarez Fermosel



4 comentarios:

Anónimo dijo...

Si la lluvia sirve para provocar comentarios como éste, bienvenida sea. Debía ser muy bueno el paraguas para que no se diera vuelta; seguramente no era chino. Slds.

Anónimo dijo...

Estimado José: De cualquier manera, que llueva en el campo, seguido y moderadamente. Esta lluvia desaforada en la ciudad no nos trae más que trastornos. Ah, el paraguas, sí, se dio vuelta. Supuestamente está hecho en Nueva York, pero vaya uno a saber, con esta lluvia... Gracias por tus siempre generosos comentarios y un abrazo.

Susan.B dijo...

Nunca es tarde cuando la dicha es buena.
Nuevamente nos llevas adonde te lo propones.Hemos viajado a través de tu nota.Gracias Caballero.Susan4

Anónimo dijo...

Gracias a ti, Susan. Cariños.