viernes, 13 de marzo de 2009

Marx (Groucho, no Carlos)

Oí hablar bien a varios de mis mayores -a otros no les hacía gracia- de los hermanos Marx, y de Groucho en particular; ello determinó que me interesara por él, sus películas, sus libros y, sobre todo, por sus chistes, que dieron la vuelta al mundo y todavía se cuentan.
Vi algunos de su films en cine clubes y por televisión, en esos canales que pasan cine de muchos años atrás, que Dios los bendiga. En realidad creo que sólo vi “Una noche en Casablanca”, “Los hermanos Marx en el Oeste”, “Una noche en la ópera” y “El hotel de los líos”. Eso, y todo lo que leí después escrito por él, bastaron para que Groucho Marx, junto con Woody Allen, se convirtiera en mi actor cómico preferido, al menos de los neoyorquinos.
Los dos tienen mucho en común: su humor, en tantas ocasiones disparatado, su misantropía, su pasión por Nueva York, sus ocurrencias.
Sólo ver a Groucho ya era gracioso, con ese gran bigote negro que le pintaban en las películas con un material grasoso, que brillaba, sus gafas y su eterno cigarro puro.
Sus hermanos (Chico, Harpo, Gummo y Zeppo) pasaron pronto al olvido, después de las 14 películas que filmaron con Groucho, el más exitoso, gracias a su condición de escritor y a su programa televisivo “Apueste su vida”, con el que se hizo famoso en los Estados Unidos, entre una generación que no le había visto en el teatro –donde empezó- y apenas le conocía como actor de cine.
Groucho Marx fue uno de los cómicos norteamericanos más aplaudidos desde la década del 30 a la del 50.
Escribió varios libros. El más conocido y difundido quizás haya sido “Camas”. Cuando pudo llevar una vida más o menos sedentaria, convirtió su dormitorio en un santuario y su cama en un altar.
Muchas de sus obras fueron ideadas, y algunas escritas, en el lecho, en el que se dejó fotografiar en su octogésimo quinto cumpleaños, en una fiesta espléndida y multitudinaria.
Poco después murió en Los Angeles de una neumonía. Fue cremado y sus cenizas se conservan en el Eden Memorial Park de esa ciudad.
No es verdad, entonces, que haya una tumba en la que se lea un epitafio escrito por él: “Perdonen que no me levante”. Merecería ser cierto.


© José Luis Alvarez Fermosel

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Apenas comenzada a leer la nota me vino a la mente lo de "perdonen que no me levante" y me dije: "se la voy a recordar". Pero al final me encuentro con la insuperable cita digna de Groucho ¡Cómo iba a faltar en unas líneas escritas por un periodista de ley!. Salud Caballero!

Anónimo dijo...

Querido José: muchas gracias por tu mensaje. Groucho era genial haciendo frases que tal vez no sabía que iban a quedar en la historia del humor. Espero que estés muy bien, así como tu familia. Fuerte abrazo.