jueves, 29 de abril de 2010

¡Felicidades a nuestros hermanos menores!

Hoy se celebra el día dedicado a los animales, de quienes el entrañable santo de Asís dijo que eran nuestros hermanos menores.
Yo recordé un día en Radio Continental lo dicho por San Francisco y Fernando Abal, un buen locutor y una bellísima persona, amante de los animales si los hay, se emocionó.
El hombre tiene, pues, un parentesco directo con los animales, incluídos los perros, naturalmente; pero no sólo con ellos, ni con los gatos, ni con los considerados mascotas: con todos los animalitos de Dios –del diablo hay pocos- de toda raza y tamaño.
Los caballos, por ejemplo, nos han prestado inestimable ayuda desde tiempo inmemorial; en la paz y en esa locura que comete el hombre con tanta frecuencia, que es la guerra.
Los gansos –recordemos los del Capitolio romano- son excelentes vigías. También ellos nos sacaron las castañas del fuego en más de una oportunidad, desde que el mundo es mundo.
El cuervo es un pájaro extraordinariamente inteligente, y como tantas otras aves ha salido en los papeles, aunque por lo general no tiene muy buena prensa.
Yo no lo vi nunca, pero me dijeron que José María Castroviejo dictaba siempre su cátedra en la Universidad de Santiago de Compostela con un cuervo posado en su hombro izquierdo. Parece que algunos aprenden a hablar, como los loros. La corona británica tiene un presupuesto destinado al mantenimiento de los cuervos de la torre de Londres. “Dijo el cuervo, nunca más…”, sostenía Poe.
Otros escritores, como Chejov, tenían una gaviota en su estro poético o teatral, o un albatros, como Baudelaire. Los ruiseñores tuvieron siempre un papel preponderante en la poesía y en la prosa poética. El ruiseñor y la rosa, de Oscar Wilde. Un gorrión publicó en el diario ABC de Madrid.
No sólo los pájaros salieron en los libros, en las obras de teatro y en las canciones. Otros animales, domésticos o no, también fueron objeto de la atención de renombrados escritores.
Ionesco se ocupó del rinoceronte, Edgar Wallace de la serpiente emplumada, Nero Wolfe del toro campeón, Melville de la ballena blanca, James Oliver Curwood de los lobos, María Elena Walsh de las tortugas, o al menos de una: Manuelita, que se hizo muy popular.
Los animales no sólo poblaron la literatura, sino otras bellas artes como la pintura, la arquitectura, la escultura y el cine; y las mitologías y las leyendas populares de todos los pueblos del mundo, casi siempre con otros aspectos diferentes a los suyos.
Muchos, en todas las épocas, cobraron características monumentales y campean en fachadas, patios y salas de armas de palacios, museos y casas solariegas. La heráldica los ennobleció, haciéndolos figurar en divisas, escudos, coronas, timbres, alegorías y “ex libris”.
Pero con independencia, o por encima de todo eso, con todo lo expresivo que es y lo que tiene de recuerdo y homenaje, los animales son nuestros hermanos menores. Tengámoslo siempre presente y tratémoslos como tales.
Les debemos mucho, y nunca podremos pagarles. Nuestra vida sería mucho más difícil y oscura sin ellos.
Los que de niños tratamos mal a algunos, como yo, que perseguí implacablemente a los saltamontes y las lagartijas, tenemos que hacer hoy un acto de contrición, lo mismo que los cazadores y pescadores. Los disparos con que yo abatí a inocentes perdices, liebres y algún jabalí resuenan en mi alma culpable como truenos.
Me consuela el hecho de pensar que cuando entré en razón guardé el rifle y tuve, quise y cuidé de muchos animales, incluído alguno tan poco convencional como un mochuelo. Una noche un chacal me saludó afectuosamente en mi tienda de campaña, bajo la hermosa luna llena de Africa.
¡Os amo, hermanos míos!


© José Luis Alvarez Fermosel

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