miércoles, 25 de septiembre de 2013

La corbata no es una bandera



La auto (eufemísticamente) llamada progresía, o progresismo, es decir, la izquierda, o “la zurda”, según sus adversarios políticos, decretó hace ya varios años la supresión de la corbata por considerarla como una insignia de la cochina burguesía: el conservadorismo, la derecha o los “fachos”.
De modo que casi ningún caballero usa ya corbata, al haberse producido el efecto dominó. Es una pena, porque no hay nada más antiestético ni más cutre que un hombre con traje completo, a veces incluso con chaleco y una camisa de vestir desabrochada, abierta hasta la mitad del pecho, o poco menos.
Hubo, y hay… progresistas que usaron y usan corbata, entre ellos líderes políticos como Fidel Castro, Hugo Chávez, Felipe González, José Luis Rodríguez Zapatero, Vladimir Putin… 
Muchos colegas de izquierda se ponen, velis nolis, corbata cuando tienen que entrevistar al Papa, a un rey, a un presidente del país que sea, recoger un premio o asistir a una reunión de la ONU, la UNESCO, la OEA, la SIP o cualquier otra organización por el estilo. Y no se les caen los anillos. Lo cortés no quita lo valiente.
No faltan quienes interpretan que ir despechugado en esos casos suena a desafío, tiene algo de agresividad o, por lo menos, es una falta de respeto.
Tampoco se trata de estar encorbatado todo el día y a todas horas.
Se puede prescindir de la corbata y de la camisa de vestir abierta y estar presentable. El director de cine y político argentino Fernando “Pino” Solanas, que también es de izquierda, se viste casi siempre con chaquetas deportivas de tweed, pana o cuero y usa poleras de cuello volcado o las T-shirts que pusieron de moda los americanos. Y está siempre impecable.
A los estadounidenses les debemos también el fin de semana casual (informal), con ropa deportiva y sin corbata.
La corbata no es una bandera, ni la utilizamos como tal quienes la tenemos incorporada a nuestro guardarropa. Es una prenda, no un distintivo político.
No molesta, por lo menos a quienes estamos acostumbrados a llevarla. Es cuestión de no apretar demasiado el nudo. Si se tiene buen gusto para escogerla, anima la tenue, le imprime color.
Su origen se remonta a la antigüedad grecolatina. Tiene como antecedente a los policromos pañuelos que los oradores romanos se ceñían a la garganta para conjurar el frío. Se llamaban focales. Siglos después, tras haber sido utilizada por los oficiales del ejército croata que combatió a los turcos, irrumpió en la corte de Luis XIV de Francia, el Rey Sol.
Tal como la corbata es hoy se debe al sastre neoyorquino Jesse Langsford, que la patentó en 1924.
Ahora es posible que Argentina tenga su primer santo de traje y corbata, si se lleva a los altares al empresario Enrique Shaw. Según el actual arzobispo de Buenos Aires, monseñor Mario Poli, entre otros méritos Shaw tuvo a la doctrina social de la iglesia como “inspiración” en su quehacer empresarial, que convirtió en un apostolado, un servicio al prójimo encarnado en su caso en el personal de la fábrica que dirigía: empleados, obreros y sus familias.

© José Luis Alvarez Fermosel

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